
"Es una hermosa mujer, que por cosas del destino, bajó de sus aposentos y se vio obligada a entrar en la cocina; su cabello está desordenado, su cara y sus manos tiznadas, sus uñas rotas, hay rasgaduras en su espléndido vestido; pero, cuando por un breve instante la miras directamente a los ojos, sabes de inmediato que se trata de una Reina, acaso la mas hermosa del nuevo mundo; entonces debes inclinar la frente y poner tu rodilla en tierra"
Esa fue mi respuesta cuando una turista Norteamericana de ascendencia Alemana, me preguntó que me había parecido La
Habana, sentados en una pequeña mesa en un bar famoso y muy concurrido en el corazón de La Habana vieja.

El Floridita es uno de los tantos lugares mágicos de esta ciudad, en donde no hay necesidad de entrar en ambiente; justo en la puerta, encuentras al grupo de turno interpretando son, guajiro, montuno y chachacha, su barra es un frenesí de emociones y los Daikiries se preparan sin descanso.

Se trataba de Kate, una mujer madura, alta, ancha de espaldas, de cabello rubio, corto, ojos azules y mirada escrutadora; estaba sentada junto a su esposo Jhon, algo mayor que ella, no tan alto, de contextura gruesa sin llegar a la obesidad, cabellos y barba medianamente poblada de color blanco y una vestimenta tropical del mismo tono, que despertaban mi imaginación; si bien Hemingway vestido de bronce nos miraba apoyado al final de la barra, mi nuevo amigo parecía tener un perecido sorprendente; nos hicimos las preguntas de rigor, me contaron que eran artistas invitados a la bienal de arte que por esos días se había tomado el malecón y parte de la urbe antigua. Vivían en los Ángeles y llevaban dos años de casados; hubo química inmediata entre ella y yo, continuamos hablando de nuestros países, de sus angustias, de los cultivos ilícitos, la epidemia de opioides, de como enfrentarla, estaba convencida de que el único camino era conversar mucho con los hijos, entender que meterse en problemas es casi una necesidad en los jóvenes; pero la comunicación era imprescindible para contener y minimizar los daños.

Jhon era menos elocuente , por cinco minutos quedamos solos y hablamos de nuestros matrimonios, de la música cubana, me brindó otro daikiri y me preguntó si había estado en su país; le hablé de mis viajes a Florida, de mi estadía en Boston, hasta que Kate regresó para retomar la conversación; de repente se escuchó la música y todo se transformó en gritos, aplausos y alegría; me levanté de la mesa, cantaba y acompañaba con las palmas "la vida es un carnaval" un tema de Cela Cruz; cuatro meses atrás una colega y amiga había fallecido y la recordaba bailando esa canción.

Casi sin darme cuenta estaba en el centro de un pequeño espacio que oficiaba como pista cuando los presenten corrían un poco sus sillas; una Mexicana me había sacado del anonimato, tenía una gran actitud y como bailarina, tenía una gran actitud; se dejó llevar y sacamos adelante la faena ante un público multinacional poco exigente sorprendido por nuestro desempeño; puedo decir sin temor a equivocarme que fue mi "cuarto de hora" en La Habana; aplausos al final y Kate manifestaba su emoción sin ambages. Ofrecí una tercera ronda pero Jhon desistió, Kate fue muy explícita al decir que le encantaría pero ante la segunda negativa de Jhon, me pareció prudente desistir; agradecí el momento y estreché su mano; Kate me abrazó y se despidió al estilo Francés con tres besos alternantes en las mejillas; la verdad, me hubiera gustado prolongar ese momento; mi amiga Mexicana también se despidió y yo seguí caminando las calles disfrutando el encanto de la noche tropical y de la música que escapaba de los rincones de ese maravilloso y mágico lugar del caribe.