Alguna vez, no hace mucho, me preguntaste porqué afirmaba Yo que te tenía miedo. Como de costumbre no supe responderte nada, en parte debido precisamente al miedo que me infundes...
Así comienza un relato lleno de angustia, temor, amargura y rencor de un hijo incapaz de establecer una comunicación constructiva con su padre; pocas veces me sentí tan abrumado y tomé al menos en parte, ese sentimiento de fatalidad y desesperanza de quien tiene la certeza que la situación no va a cambiar, al menos para bien.
En "De profundis" de Oscar Wilde, escrita desde la cárcel y durante una amarga condena, hay sensaciones parecidas; el abandono, el dolor, la tristeza, la culpa, el arrepentimiento, en el marco de una relación turbulenta llena de pasión con un estrecho margen para la sensatez y la razón.
Pero cuando eres padre y lector, te asalta el temor de la real y palpable posibilidad de lo equívoco que puede resultar tu estado de certezas sobre el cual has planificado tu proyecto de vida. "El juicio de los hijos", la mas trascendental de todas las sentencias. En la carta, hay una mezcla de sentimientos insolubles: miedo respeto, dolor admiración, desprecio pertenencia, rencor asombro, decepción y finalmente, desesperanza. Pensaría como padre que Hermann hizo lo posible por darle a su hijo las herramientas necesarias para enfrentar la vida, fue un excelente proveedor, una figura de autoridad que enseñó con el ejemplo, esposo respetuoso; sin embargo se pone de manifiesto un enorme contraste de personalidades en extremo opuestas: por un lado el padre, un hombre robusto, fuerte, luchador y de carácter recio; por el otro un hijo frágil, mórbido, en extremo sensible, de infinita nobleza y con una desbordante vocación literaria que estaba lejos de lo que para la época se consideraba el ideal de un primogénito. Fue una escena que se repitió a través de la historia y aún se repite; no obstante, tenemos ahora herramientas que nos brinda el conocimiento para aumentar las probabilidades de éxito en el intento por comprender que somos seres diferentes, la resultante de dos dados que saltaron a la mesa dando lugar a una nueva cifra, en un nuevo instante, con un nuevo futuro. La evolución nos sigue moldeando, especializando; nuestros genes aprenden de su entorno por complejos mecanismos epigenéticos que cada día son menos incomprendidos; cada generación lega a la siguiente grandes enseñanzas. La orientación dada a los hijos, debe tener en cuenta este aspecto fundamental, debe estar dispuesta a derrumbar certezas, a nuevos constructos, a respetar diferencias.A Kafka lo desborda al mismo tiempo el agradecimiento, reconoce en su padre el deseo de acertar y tiene la convicción de que no tenía la capacidad para ajustarse a lo que su entorno le exigía, intentó en medio de su fragilidad alcanzar la independencia, vio en el matrimonio una tabla de salvación e intentó aferrarse a ella, pero también fracasó. Su autoestima estaba reducida a su mínima expresión, era un ser infeliz, rechazado, en especial por el mismo, inseguro, medroso, sin ambiciones. Pero la historia le dispensó un sitial de honor reservado para muy pocos; Hermann habría pasado sin ninguna trascendencia de no ser porque Franz con su enorme sensibilidad y talento, lo llevó de la mano a estos destinos; la fortaleza se puede manifestar de formas asombrosas, acaso absolutamente opuestas.
No hay que esperar de los hijos lo que estos no puedan brindar, es mejor aprender a conocerlos y ayudarles a navegar en medio de sus temores y certezas; alcanzar un equilibrio que les permita avanzar en la conquista de su puerto; todos tenemos mil vidas que podríamos vivir, pero terminamos escogiendo solo una...
