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sábado, 27 de noviembre de 2010

TRES AÑOS EN POPAYAN

El 5 de Junio de 1994 llegué a Popayán, lo recuerdo bien porque al siguiente día fuimos sacudidos por un temblor, duró aproximadamente 15 segundos, eso es una eternidad comparado con las escaramuzas que había experimentado en Santa Marta, que a lo sumo generaban la vbración de los cristales de las ventanas. Salí disparado hacia un descampado, rápidamente recordé que en la casa en donde me alojaba, solo estaba una anciana discapacitada y una joven de 14 años, regresé y los tres nos pusimos a salvo. Luego, durante varias noches percibía la
sensación de temblor, miraba por la ventana, si no veía a nadie, intentaba dormir.
Pensamos inicialmente que no había pasado nada, luego nos enteramos de un deslizamiento de tierra en las faldas del volcán del Huila, que represó el rio Páez y que posteriormente generó una avalancha que sepultó varias poblaciones aledañas.
Luego de eso inicié mi especialización, me conocí con un colega Barranquillero que vivía desde hacia tiempo en Cali; arrendamos un apartamento en el Edificio EL Patio, a unas 7 cuadras del Hospital Universitario San José. La colonia costeña era reducida, pero para variar muy alegre. En general los Payaneses se caracterizan por ser muy educados, conservadores, religiosos y amables.


Viví tres años maravillosos, tal vez los mejores, casi siempre estaba solo porque mi compañero viajaba todos los viernes a Cali. Mi relación con el y su familia fue y sigue siendo excelente, con frecuencia nos encontramos nos tomamos tres cervezas y recordamos algunas vivencias.
Además de estudiar trabajaba, hacía turnos en una clínica de la ciudad, elaboraba diapositivas para mis compañeros, con esos ingresos me compré un computador, recuerdo que el disco duro tenía una capacidad de un Giga, y la memoria no era mucho mejor que la mía, compraba marroquinería y la enviaba a Santa Marta, con eso Mamá conseguía algún dinero. Los fines de semana hacía deporte, futbol, basket, natación. Me prestaban con mucha frecuencia una moto Honda, 90 con la que recorría la ciudad y sitios cercanos como Puracé, Timbío y fincas aledañas.

A 5 Km al sur de la ciudad, luego de bajar entre montañas que no permitían ver su cima, había un restaurante campestre, en donde compraba Sancocho de Gallina criolla, el que alcanzaba para tres días de la semana, el hospital nos daba las comidas, pero el sabor es siempre una limitante en el menú hospitalario.


En el conjunto residencial eramos muy apreciados por los vecinos y las invitaciones no faltaban, creo que fue la etapa de mi vida en la que percibí una "libertad emocional" que luego, extraviaría para siempre.
Fue buena época, la recuerdo con agrado y aún hoy es sinónimo de tranquilidad y sosiego.


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