Corría el año 1976, con frecuencia acompañaba a mi padre en labores de pesca; no lo hacíamos por deporte; debíamos trasladarnos unos 10 km desde el barrio Juan XXIII hasta las playas de Bahía concha, un sitio donde abundaban los peces. Era una actividad artesanal, llevada a cabo en pequeños botes de madera impulsados por rústicos remos llamados canaletes; no se usaban cañas, el cordel se sostenía con las manos, lo que era un peligro potencial. Por lo general la faena iniciaba hacia las 5 o 6 de la tarde cuando el implacable sol iniciaba la retirada y regresábamos 12 horas después cuando la claridad despuntaba en las verdes montañas de la sierra.
En una ocasión, cuando colocábamos unos troncos debajo de la canoa para llevarla hacia el mar, la tranquilidad casi imperturbable de la playa se alteró por completo; como una coreografía perfectamente ensayada, aparecieron en el agua grandes embarcaciones de madera llamadas “Bongos” propulsadas cada una por un poderoso motor fuera de borda, al mismo tiempo, de la nada salían hombres presurosos y llegaban dos camiones que eran abordados con celeridad; en cuestión de 30-45 minutos, la carga compuesta por sacos compactos, rectangulares, era trasladada a las embarcaciones, las cuales partían rápidamente hasta perderse de vista. Nadie habló; al poco tiempo todo volvió a la normalidad y nosotros llevamos el pequeño bote al mar e iniciamos la jornada.
Otro ejemplo de que la historia se repite, traza círculos mientras
cambia de protagonistas, en esencia es lo mismo, pero transformado. Recordé
que en una de mis entradas había escrito que antes del banano, el contrabando
era una actividad comercial muy dinámica en la ciudad y decidí buscar alguna
información.
El profesor Martínez-Fonseca, de la Universidad Pedagógica Nacional, escribe al respecto:
“La independencia de Santa Marta se caracterizó por
elementos de resistencia al cambio. De hecho, fue solamente hasta 1823 que el
ejército patriota logró finalmente tomar la plaza; esta situación tan atípica y
la tendencia a mantener lealtad a la corona española se explica, realizando un
ejercicio de rastreo de los procesos históricos que vivió la ciudad durante el
siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX, a partir del indiscutible
papel del contrabando en los negocios realizados por los comerciantes.
Esta situación llegó al punto de que llegado el
momento de la emancipación, los comerciantes prefirieron no arriesgar la
normalidad de las actividades económicas, y prefirieron asumir una actitud
menos complaciente con la causa patriota; el mito del realismo samario se hace
importante dentro del debate si se analiza más a fondo la estructura comercial
que caracterizó esos años.
Lo que estaba en juego era la continuidad del
comercio en Santa Marta; la fuerte tradición comercial y los vínculos con el
contrabando a que se habían acostumbrado los habitantes de la ciudad, hicieron
que se prefiriera mantener el antiguo orden en vez de asumir la causa de la
independencia, pues lo que primaba en el pensamiento eran las dificultades y
peligros que estos desordenes podrían implicar para los negocios, como el
aislamiento frente a otras plazas como Cuba, y las consecuencias que se derivan
de una guerra. Es más, es posible afirmar que si hubiesen
optado por la independencia contarían con los recursos, ya que la evasión de
impuestos a la corona era muy grande.
Lo que resulta significativo son los fuertes
contrastes, Cartagena pasó de ser la juiciosa, la ciudad amurallada, el bastión
defensivo de la corona en América, a ser la pionera en la lucha por la emancipación.
Santa Marta pasó de ser la díscola, nicho de corrupción rampante, la del gran
contrabando, la resistente al monopolio comercial español, a ser una de las
plazas fundamentales en la reconquista española del territorio de la Nueva
Granada, al permitir el ingreso de las tropas de Pablo Morillo en 1815 y
mantenerse leal a la corona hasta 1823, cuando finalmente es sometida por los
ejércitos patriotas”
"En el marco de la campaña libertadora, una vez la batalla de Boyacá del 7 de Agosto de 1819 les permitió a los republicanos la toma de Santa Fe y la recuperación de las zonas andinas central y nororiental, los únicos focos de resistencia monárquica que quedaron fueron la costa caribe (Santa Marta en particular) y hacia el sur, las provincias de Popayan y Pasto.(R. Pita-La batalla de Ciénaga de 1820, pag.72)
"Un primer elemento clave es el de la política
económica que estuvo caracterizada por el mantenimiento del proteccionismo
claramente heredado de la colonia hasta las reformas liberales de mediados del
siglo XIX, y menos abiertamente en la segunda mitad del siglo, en un contexto
de aguda necesidad fiscal y de precaria industria nacional que hacía al país
dependiente del exterior para muchos de los productos manufacturados.
Hasta 1850, se conservaron los estancos de tabaco,
pólvora y naipes, así como las restricciones severas en el comercio del oro. Las reformas de tendencia liberal, logradas a partir de la
segunda mitad de la década de los cuarenta, abrieron campo a una disminución de
la protección, por lo menos en teoría, puesto que la tensión continuó siendo
constante en la práctica por los vaivenes de las políticas económicas que
revertían regularmente las disminuciones de los niveles de los aranceles.
En este contexto, durante la primera mitad del siglo
XIX, el contrabando se concentraba en la costa caribe, lo cual se debía al
hecho de que, además del mencionado problema de las fuentes y del número de
habitantes de la zona, por un lado, la orientación comercial neogranadina era
casi exclusivamente hacia el Caribe, debido a la importancia de las islas
caribeñas como lugar de paso de las mercancías entre Europa y Colombia,
particularmente Jamaica para los ingleses y Curazao para los holandeses; y por
otro lado, con la inserción de Nueva Granada en la "Gran Colombia" no
se visibilizaban fronteras internas hacia el sur y hacia el este de la
república. Los ríos Magdalena, Sinú y Atrato eran los principales canales de
alimentación de los mercados del interior, como Bogotá, Medellín y la región de
Santander, donde se consumían los productos de contrabando. A pesar de la
predominancia del comercio ilícito a través de la fachada caribeña, existía en
menor medida un contrabando que ingresaba al país por el costado Pacífico,
principalmente hacia el sur de la misma, donde había mayor población que en el
norte.
Los productos que fueron canalizados por las vías ilícitas reflejan no sólo la base productiva nacional y local y las necesidades de consumo interno, sino también la tendencia de la política económica que, como se señaló, conservó los estancos y las prohibiciones de comercio. De hecho, el tabaco, que estaba sometido a un monopolio estatal, conocía un movimiento ilegal bidireccional: el tabaco extranjero en procedencia de Virginia en Estados Unidos así como de Cuba ingresaba al territorio nacional, mientras que una parte de la producción local salía del país rumbo al exterior. En sus dos dimensiones, este tráfico era prohibido por las autoridades, que, sin embargo, no abastecían a cabalidad el estanco, permitiendo así que los contrabandistas justificasen el contrabando. La pólvora y los naipes, también estancados durante una parte de la década de los veinte, conocieron una lógica similar, con la misma falta de abastecimiento en el caso del estanco de pólvora. Los licores, en particular el ron procedente de Jamaica y la ginebra que llegaba por Curazao, vivieron un auge de contrabando entre 1823 y 1826, años durante los cuales eran de prohibida introducción. A su vez, la exportación de oro en barra y polvo, que contaba con una reglamentación estricta hasta mediados de siglo, se realizó en cantidades importantes mediante el contrabando. En cambio, casi no había exportación de productos locales como el algodón y el palo de mora, probablemente porque no sufrían de una legislación restrictiva y porque no habían encontrado un mercado importante en el extranjero. Un último grupo de productos introducidos ilegalmente no sufría restricciones comerciales, pero tenían un mercado muy importante en el país: los textiles de todas las calidades y las manufacturas de lujo como los perfumes, las pomadas, los peines, las porcelanas y la cristalería llegaban ilícitamente desde Europa en grandes cargamentos, reflejando así un consumo a la moda europea por parte de las clases urbanas acomodadas."
Hace poco tiempo, fuimos a descansar a una casa-finca ubicada cerca a uno de los grandes ríos que bajan de la sierra nevada, participando del Ecoturismo impulsado por el gobierno; en una noche afectado por el “exceso de pensamiento” salí a caminar los alrededores cuando fui sorprendido por el ruido de motores sincronizados que por el efecto sonoro, se desplazaban a gran velocidad; los lugareños dicen que es frecuente observar en medio de la oscura noche lanchas rápidas "rio abajo" en dirección al mar… La historia dando vueltas…
Nicotina, ron, pólvora
y oro en el siglo XIX; comestibles, prendas de vestir, manteles, edredones,
instrumentos musicales, oro, armas, whiskys escoceses, quesos holandeses, María
Farina y perfumes franceses, calzados americanos e italianos hasta mediados del
siglo XX; Tetrahidrocanabinol, un primo hermano de la nicotina a finales del mismo período y el clorhidrato
de cocaína que domina en el siglo XXI.
El contrabando fue una
preocupación para las autoridades decimonónicas colombianas, en tanto afectaba,
según ellas, los ingresos nacionales y la moralidad de la población. Durante el
periodo colonial también inquietó a los gobernantes y todavía ahora es motivo
de condenas, violencia, corrupción, muerte, inversión de valores y para algunos, como antes, prosperidad económica.




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