"El conde de Almaviva ha dado la mejor habitación del palacio a Fígaro, su criado, quien está por celebrar sus bodas con la bella Susana. La cámara nupcial no es solo hermosísima y amplia, sino que también se encuentra convenientemente junto a la habitación principal del palacio, donde duermen el conde y la condesa. Mientras Fígaro agradece la buena voluntad de su señor, Susana adivina los motivos verdaderos que este oculta para tan amplio beneficio: el conde piensa reinstaurar el derecho de pernada —derecho feudal que permitía a un señor acostarse con la prometida de sus súbditos la noche anterior a la boda—, el cual él mismo había abolido, para consumar sus deseos sobre la pobre Susana en esa misma habitación.
Mientras tanto, otra conspiración germina en el palacio: la ama de llaves Marcelina acude al menesteroso Bartolo, quien guarda rencores contra Fígaro, para que le ayude a hacer que el ingenioso criado honre un antiguo contrato en el que prometía casarse con ella. Bartolo, motivado por su sed de venganza, aceptará gustoso esta alianza con Marcelina y ambos se dispondrán a pedir auxilio al conde, quien es la máxima autoridad legal de la corte y el único que puede hacer cumplir la antigua promesa de Fígaro.
Los jóvenes amantes, por su parte, han buscado la ayuda de la condesa (mujer colérica y frustrada por las pretensiones adúlteras de su esposo), con quien fabrican numerosas estrategias para engañar al conde, desde intentar distraerlo con rumores falsos de amoríos en el palacio hasta pretender concretar una cita secreta entre el aristócrata y un paje disfrazado de doncella.
En cuanto al plan de Bartolo y Marcelina, este se verá frenado por el descubrimiento de una verdad importante: ellos dos son los padres del desamparado Fígaro, quien fue raptado siendo tan solo un infante. La anagnórisis es crucial, pues implica la imposibilidad de la unión matrimonial con su recién reconocida madre. Esta dichosa noticia concluye en la resolución de llevar el matrimonio de Fígaro a cabo; lo que es más, Marcelina y Bartolo también se casarán, pues el reencuentro con su hijo perdido ha reanimado el amor que alguna vez sintieron.
Finalmente, Susana y la condesa lograrán burlar al conde quien, creyendo ir a una cita concertada con Susana bajo los pinos del palacio, se encontrará realmente con su esposa en disfraz de criada. Mientras el señor corretea a quien realmente es su esposa, este encontrará a Fígaro yaciendo con Susana, quien se ha disfrazado de condesa. La cólera del conde no tardará en transformarse en vergüenza una vez es descubierto el engaño, quedando expuestas sus conductas adúlteras al igual que su doble moral. Los amantes, con su dignidad intacta, finalmente logran estar juntos en matrimonio".
Tomado de: https://www.teatromayor.org/es/las-bodas-de-figaro




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