Cuando comenzaba mi adolescencia, visitaba con mucha frecuencia a mis primos Katia, , Marinel, José, Alfonso, Roberto y Oswaldo , hijos de mi tio Alfonso a quien apodaban cariñosa y respetuosamente "El Condor" debía caminar un largo trecho desde mi casa para llegar allí, los fines de semana con frecuencia me quedaba a dormir en su casa, bailabamos cantabamos y nos divertíamos en compañia de amigos y amigas del vecindario.Era un hombre muy intuitivo, de mediana estatura, tez clara, ojos de un color indescifrable y una mirada profunda; su torso era prominente y sus brazos fuertes; se mantuvo en forma, conservó una sana cabellera y evito que la obesidad lo abordara no obstante su buen apetito y el gusto por una buena comida; necesitaba camisas de talla máxima para poder acomodar su espalda que parecía no tener fin.
El condor era un hombre muy orgulloso, le gustaba escuchar historias en las que un miembro de la familia fuera el héroe, anhelaba el triunfo de todos, en especial de sus hijos, trabajaba duro, cumplía con sus obligaciones y se divertía una que otra vez, pero cuando tomaba la decisión lo hacía en serio, podía durar dos o tres días sin descansar; pocos podían soportar su ritmo; era dueño de una forma muy particular de reírse, con sonoras carcajadas que acompañaba con un ligero movimiento del torso hacia atrás; se enfermaba raras veces, tenía pocos amigos pero le gustaba relatar historias de marineros que surcaban océanos rebeldes y guerreros indómitos incapaces de doblegar. Nos identificábamos en el gusto musical; tener una buena dotación de sonido hacía parte de su sello personal.
En septiembre del 2008 partió para nunca regresar, tenía 74 años; Mi hermana y Yo, lo aistimos en su enfermedad, colaborando en la gestion de la atención médica, pero había muy poco que hacer; lo vimos partir tranquilamente, desde su lecho de enfermo, rodeado de sus seres queridos.
Bavaria era entonces un lugar poco poblado, con grandes extensiones de terreno sin construir alrederor de la fabrica del mismo nombre, en donde trabajaba. El condor, parecía disfrutar de sus jornadas nocturnas; no pocas veces salía al fenecer de la tarde haciendo sonar la sirena justo al final del día. Siempre vigilante para regresar al día siguiente y disfrutar de un merecido descanso.
Fue muy unido a mi padre, quien le asitió en la construcción de una casa grande, sin lujos pero cómoda, había una enorme terraza amparada del ardiente sol por una alameda de tréboles que El había sembrado veinte años atrás; tenia además un largo pasillo por el cual se accedía a seis habitaciones bien ventiladas e iluminadas; siempre había allí un lugar para mi en cualquier momento del día; no tenía ningún tipo de restricción, entraba a la cocina, disponía de la despensa, era uno mas de la familia. Encontré aquí los amigos que necesitaba. Mi Tio Alfonso no tenía ningún reparo para conmigo; a cualquier hora de la madrugada se levantaba a abrirme la puerta y me daba la bienvenida.
El condor era un hombre muy orgulloso, le gustaba escuchar historias en las que un miembro de la familia fuera el héroe, anhelaba el triunfo de todos, en especial de sus hijos, trabajaba duro, cumplía con sus obligaciones y se divertía una que otra vez, pero cuando tomaba la decisión lo hacía en serio, podía durar dos o tres días sin descansar; pocos podían soportar su ritmo; era dueño de una forma muy particular de reírse, con sonoras carcajadas que acompañaba con un ligero movimiento del torso hacia atrás; se enfermaba raras veces, tenía pocos amigos pero le gustaba relatar historias de marineros que surcaban océanos rebeldes y guerreros indómitos incapaces de doblegar. Nos identificábamos en el gusto musical; tener una buena dotación de sonido hacía parte de su sello personal.
Cuando terminé el bachillerato, se emocionó mucho, me regaló la musica (por supuesto, se necesitaba potencia y calidad) y dispuso de un vehículo Willy descapotado con una barra "antivuelco" prominente para recoger un cerdo que tambíen había donado otro tio (Julio); cuando se graduó mi hermana Bertha, también estuvo presto a colaborar. Justo antes de ingresar a su casa había una réplica de una famosa pintura del maestro Alejandro Obregón.
En septiembre del 2008 partió para nunca regresar, tenía 74 años; Mi hermana y Yo, lo aistimos en su enfermedad, colaborando en la gestion de la atención médica, pero había muy poco que hacer; lo vimos partir tranquilamente, desde su lecho de enfermo, rodeado de sus seres queridos.
Lo recuerdo con mucho cariño, su casa fue un refugio agradable que me brindó seguridad en una etapa crucial de mi vida.

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