Todo comenzó cuando Aureliano Segundo se encontró por casualidad con Mister Herbert en el hotel de Jacob. Como era su costumbre llevar forasteros a casa, lo invitó a comer con la familia: Los Buendía. Fue cuando Mister Herbert, un gringo rechoncho y bonachón, probó por primera vez un banano. Después de un banano un racimo y después otro. La exótica fruta fue tan reveladora, que Mister herbert "Con la incrédula atención de un comprador de diamantes, examinó meticulosamente un banano seccionando sus partes con un estilete especial pesándolas en un granatario de farmacéutico y calculando su envergadura con un calibrador de armero" (Cien Años de Soledad p.94-1976)
Tiempo después de la sabrosa experiencia, llegaron a Macondo abogados, agrónomos, topógrafos, etc., y mas tarde los gringos con sus lánguidas esposas vestidas con trajes de muselina. Entonces se ubicaron al otro lado de la línea del tren donde construyeron sus viviendas sobre prados azules, cercados por mallas metálicas. Eso narra Gabo. Y Así ocurría en todos los lugares y países en donde llegó la United Fruit Company.
Ante los imprevistos cambios, los habitantes de Macondo "Se levantaban temprano a conocer su propio pueblo" La situación incomodó tanto al coronel Aureliano Buendía quien al ver la hojarasca expreso irascible: "Miren la vaina que nos hemos buscado no mas por invitar a un gringo a comer guineo"
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"Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto. Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la mas leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una vulnerabilidad instantánea. De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento: "Aaaay, mi madre"
Después de la masacre vinieron las especulaciones. Atónito, José Arcadio Segundo contaba alrededor de tres mil muertos, pero nadie fue capaz de acercarse a su cifra, pues, una vez cayó el aguacero del 6 de Diciembre y lavó los ríos de sangre, para los habitantes de Macondo no hubo muertos jamás"
A las diez de la noche del cinco de diciembre de 1928,la estación del ferrocarril de Ciénaga estaba completamente llena. Miles de obreros, sus mujeres y niños, llegados de los confines de la zona bananera, habían viajado durante varios días para asistir a la cita convocada por los dirigentes de la huelga en ese amplio pedazo de playa arenosa y salobre, en donde se había construido la estación. Esa noche veranera de luna nueva, esperaban la posible llegada del gobernador del Departamento del Magdalena y conocer el comunicado del Gobierno Nacional aceptando los nueve puntos exigidos en un pliego de peticiones que representaba las esperanzas de 25.000 obreros vinculados a la UFC, la mas grande empresa productora de banano del mundo.Algunas horas antes, los huelguistas habían bloqueado el tránsito de trenes y las comunicaciones terrestres con Santa Marta. En las primeras horas de la noche, utilizando canoas y a golpes de remo, uno de sus grupos, saliendo de la ,oscuridad que ofrecían los árboles de mangle que bordeaban la ciénaga apareció fantasmagóricamente para abordar y detener en el puerto nuevo, la partida del pequeño buque de vapor, que navegando por el caño El Clarín, comunicaba a Ciénaga con Barranquilla. Los sorprendidos pasajeros fueron obligados a desembarcar y regresar caminando hasta sus hogares situados en la pequeña ciudad, que en esos momentos, apagando velas y lámparas de petróleo, comenzaba a dormir, después de sobrevivir una noche mas a la temible y vespertina hora de los zancudos.
En la estación del ferrocarril, bajo un cielo azul profundo y oscuro, iluminado solamente por el profundo resplandor de la difusa nube de estrellas de la vía láctea, la multitud, como una sombra gigantesca, se agitaba entre arengas, sonidos de gaitas y tambores, cantos, carcajadas, adultos dormidos en los vagones del ferrocarril que yacían desordenados en un laberinto de rieles de acero y el llanto de los niños con sueño, mientras en las aceras encendían mechones de petróleo y algunas hogueras para iluminar el lugar y se continuaba repartiendo la comida que organizados grupos de mujeres habían estado preparando durante todo el día, en improvisadas cocinas comunitarias.
Sorpresivamente, desde Aracataca, con el faro delantero encendido, taladrando la oscuridad de la noche y rompiendo el silencio con el sonido largo, sollozante y quejumbroso de su pito de vapor, llegó a la estación pidiendo el despeje de la vía, una locomotora negra arrastrando tres vagones rojos; en ella viajaba un reducido grupo de pequeños empresarios bananeros, quienes, casi al borde de la ruina, se dirigían a santa Marta para interceder ante el gobernador, a fin de buscar soluciones concertadas al problema laboral.
Al detenerse el tren, desordenadamente, los huelguistas se tomaron los vagones del vehículo para bloquear la continuidad del viaje. En un descuido, tres o cuatro agricultores lograron desenganchar la locomotora de sus vagones y, junto al maquinista y al fogonero, apretujados y sudorosos en el pequeño espacio detrás de la caldera, lograron evadirse de la estación para continuar el recorrido. Al llegar a Santa Marta fueron detenidos por el Ejército.
A la una y treinta de la madrugada, como sombras sigilosas, un piquete de soldados traídos desde Barranquilla, dirigidos personalmente por el General Carlos Vargas Cortés, recorrió las seis cuadras que separaban el cuartel del Ejército, de la estación de Ciénaga; los uniformados ocuparon posiciones estratégicas frente a la multitud, situándose en una doble fila en el costado norte de la estación, desde donde, en caso de ser necesario, podrían disparar hacía el sur, una zona enmontada, sin peligro de que sus balas impactaran las casas del poblado, que, a sus espaldas, dormía a esa hora. En una de las esquinas de la amplia plaza, los soldados montaron la ametralladora Astro-Húngara Schwarzlose de 7 mm, modelo 1912; una letal arma de guerra muy usada en los combates de la primera guerra mundial.
El redoble de un tambor llamó la atención de los huelguistas, imponiendo un sorprendente silencio. Entonces, desde la oscuridad se escuchó una autoritaria voz militar leyendo el bando por medio del cual se declaraba el estado de sitio que prohibía reuniones de más de tres personas y exigiendo a gritos a los huelguistas que se retiraran, por haberse ordenado a partir de ese momento, el “toque de queda”.
Nadie se movió...
Minutos después sonó por primera vez el clarín del Ejército, ordenando "retirada"
La multitud, sorprendida, sin entender el significado de ese sonido militar, respondió con un grito unánime: “¡Viva la huelga!”.
Pasados unos minutos se escuchó el segundo toque del clarín. La respuesta desde la plaza fue la misma: “¡Viva la huelga! ¡Viva el Ejército de Colombia!”.
De nuevo, la voz militar, desde la oscuridad, ordenó a los asistentes que se retiraran o el Ejército abriría fuego, en tres minutos.
Nadie les creyó...
Una voz anónima respondió gritando desde la multitud: “¡Les regalamos esos minutos, cabrones!”.
Al tercer toque del clarín, el grito colectivo de “¡Viva la huelga!” fue cortado por la mitad, ahogado por el angustiante tableteo de la ametralladora y los disparos de fusiles Mauser.
Al callar los disparos, nada más se escuchó un doloroso e interminable silencio, solo quebrado por gritos de dolor, se extendió por la plaza de la estación y, en alas de la brisa que soplaba desde la ciénaga grande, llenó cada uno de los rincones de la pequeña ciudad.
Un rato después, las calles se llenaron de carreras, lamentos, llanto de niños, gritos de auxilio y disparos esporádicos de los soldados que gritaban “¡Alto!” antes de disparar a quienes, indefensos, corrían por las oscuras calles buscando refugio en cualquier puerta entreabierta.
Sonidos de muerte y vergüenza patria que aún resuenan en las noches de diciembre en la estación del ferrocarril de Ciénaga y en el alma de nuestra nación.
El 6 de diciembre amaneció triste y silencioso. Una brisa fría y seca bajaba de la Sierra Nevada, y el sol, entre brumas de verano, demoró un poco más de lo habitual en salir para iluminar la población.
A media mañana, para sorpresa de quienes lentamente desafiaron el miedo y se atrevieron a llegar hasta la estación, solo se encontraron nueve cadáveres esparcidos en la inmensa plaza arenosa. Cada cadáver, simbólica e irónicamente, representaba uno de los nueve puntos planteados por los huelguistas de la United Fruit Company en su pliego petitorio.
La tradición oral cuenta que, esa misma noche, cientos de personas, muertas o heridas, fueron arrojadas por los soldados de Cortés Vargas al mar, para alimento de los tiburones. Pocos días después, finca por finca y pueblo a pueblo, comenzó la cacería a muerte de los huelguistas en toda la zona bananera".
Santander Durán Escalona, ELTIEMPO
Repollos y Reyes, O. Henry
"La literatura en Centroamérica ya había resaltado mucho antes los abusos de esta compañía desde principios del siglo XX. Sin embargo, fue un escritor gringo O. Henry en 1904 el primero en poner el tema en la literatura y pronosticar los alcances nefastos de la compañía bananera en el terreno político, económico y social. O. Henry en su novela "Repollos y Reyes", fue quien introdujo el término banana's republic para referirse a Honduras inicialmente. Solo hasta los años treinta, los periódicos norteamericanos hicieron uso de este término satírico cuando a los ojos del mundo, la UFC decidía el futuro de los países centroamericanos quitando y poniendo presidentes. "Banana's Republics" sigue siendo sinónimo de gobiernos débiles y corruptos que obedecen a las pretensiones de las multinacionales de turno"La Unitet Fruit Co. Pablo Neruda (fragmento)
"Bautizó de nuevo sus tierras, como Repúblicas Bananas, y sobre los muertos dormidos, sobre los héroes inquietos que conquistaron la grandeza, la libertad y las banderas, estableció la ópera bufa: enajenó los albedríos, regaló coronas del César, desenvainó la envidia, atrajo la dictadura de las moscas, moscas Trujillo, Moscas Tachos, Moscas Carias, moscas Martínez, moscas Ubico, moscas húmedas de sangre humilde y mermelada, moscas borrachas que zumban sobre las tumbas populares, moscas de circo, sabias moscas entendidas en tiranía. Entre las moscas sanguinarias la frutera desembarca, arrasando el café y las frutas en sus barcos que deslizaron como bandejas el tesoro de nuestras tierras sumergidas. Mientras tanto, por los abismos azucarados de los puertos, caían indios sepultados en el vapor de la mañana, un cuerpo rueda, una cosa sin nombre, un número caído un racimo de fruta muerta derramada en el pudridero".
Mamita Yunai, Carlos Luis Falla
(Obsequio de mi querido y sorprendente amigo Julio Pinedo durante la visita a Costa Rica, su segunda patria)
"Conozco un mar horrible y tenebroso, donde los barcos del placer no llegan; solo una nave va, sin rumbo fijo, es una nave misteriosa y negra. Quienes van ahí? que barco es ese? sin piloto, sin brújula, sin vela? pregunté una vez y el mar me dijo: son los desheredados de la tierra, son tus hermanos que sin pan ni abrigo, van a morir entre mis ondas negras. !Dios mio! grité !Que tristeza es pensar y vivir en la miseria! Yo soy pobre también, echadme al barco! quiero morir entre las ondas negras"
La Casa Grande, Álvaro Cepeda Samudio
- No tenía que matarlo
- Dieron la orden, todos dispararon, Tu también tenías que disparar: no te preocupes tanto
- Pude alzar el fusil, nada mas alzar el fusil, pero no disparar
- Si, es verdad- Pero no lo hice
- Es por la costumbre, dieron la orden y disparaste. Tu no tienes la culpa
- Quien tuvo la culpa entonces?
- No se. Es la costumbre de obedecer (p.40)






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