A 80Km al sur de Valparaíso, se encuentra un lugar lleno de encanto, misterio y poesia; bautizado por Pablo Neruda como ISLA NEGRA es una pequeña villa ubicada en las entrañas del tormentoso oceano pacífico, con un clima mediterráneo la mayor parte del año y frio al fenecer del otoño y durante el invierno.
Para llegar allí tomamos una de las buenas autopístas que tiene Chile y nos dirigimos desde Santiago ligeramente al norte y bien al occidente; luego de 2 horas de recorrido, desviamos hacia la izquierda Hacia Quisco por un camino angosto, en donde los eucaliptos con sus troncos redondos, vigorosos, cual guardia de honor, trazan el sendero y como aguerridos escuderos haciendo honor a su investidura, compiten por estar mas cerca del sol; arriba, el color verdegrisáceo brillante de las hojas nuevas movíanse suavemente, agregando delicados acordes a esta cautivante mixtura; el aroma es agradable y no puedes ver otro tipo de paisaje durante 15 minutos. El ambiente otoñal, estaba acompañado en esta ocasión por lo que parecía ser un gran temporal dispuesto en forma vertical como un colosal muro que se acercaba rápidamente; "es la bruma costera" murmuró alguien; rápidamente y casi sin avisar nos abrazó delicadamente y cubrió nuestros ojos con un velo de misterio e intriga; las olas se escuchaban con mayor intensidad pero no podía ver el mar; el agradable aroma de los eucaliptos se amalgamaba ahora con un olor misterioso, húmedo y salobre mezcla de cloruros, yoduros y sodio.
LLegamos, una suave brisa matizaba la escena, nos dirigimos al sitio emblemático: La casa de Pablo Neruda; sencillamente fantástica, mística, sublime; la primera parte tiene forma de barco, con pisos de madera crujiente y en su interior mascarones, mapas instrumentos de navegación, conchas y caracoles y una gran cantidad de objetos de colección traídos de diferentes partes del mundo; al final de la misma un escritorio construido con un un tablón que el mar embravecido arrojo en sus orillas en frente del jardín. Por toda la casa hay ventanales que dan al mar y algunos dispuestos de tal manera que atrapan los esquivos rayos de sol en el ocaso, iluminando con variados matices todas las cámaras de la casa.
Pero tal vez la mayor fascinación está dada por los mascarones, al respecto escribió Neruda en Confieso que he vivido
"Yo tengo mascarones y mascaronas. La más pequeña
y deliciosa, que muchas veces Salvador Allende me ha tratado de arrebatar,
se llama María Celeste. Perteneció a un navío
francés, de menor tamaño, y posiblemente no navegó
sino en las aguas del Sena. Es de color oscuro, tallado en encina;
con tantos años se volvió morena para siempre. Es una
mujer pequeña que parece volar con las señales del viento
talladas en sus bellas vestiduras del Segundo Imperio. Sobre los hoyuelos
de sus mejillas, los ojos de loza miran el horizonte. Y, aunque parezca
extraño, estos ojos lloran durante el invierno, todos los años.
Nadie puede explicárselo. La madera tostada tendrá talvez
alguna impregnación que recoge la humedad. Pero lo cierto es
que estos ojos franceses lloran en invierno y que yo veo todos los
años las preciosas lágrimas bajar por el pequeño
rostro de María Celeste".
En un lugar del jardín entre el mar y bavor, se encuentra la tumba de Neruda, allí con Matilde a su izquierda...por supuesto, recibe a diario el rocio marino y el sonido cambiante del mar.
No puede haber un mejor lugar para la vida y para la muerte de un poeta.

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